Jimeno Jurío, José Maria

Revista Punto y Hora

Artículo: “Nuestra Tierra” (9):

invierno caliente en Tierra Estella

 

“Estamos en pleno siglo XX, y también los trabajadores del campo tenemos cultura para comprender la necesidad de una revisión escrupulosa de las ventas de las corralizas, y aún en el caso de que éstas sean legales, como solamente compraron una servidumbre de yerbas y aguas, podían los Ayuntamientos dejarles esa servidumbre a los corraliceros y roturar el terreno cultivable de las corralizas para repartirlo entre los vecinos”; esos terrenos deben producir para la colectividad.

Así escribía el corresponsal de “La Voz de Navarra” en Sesma (24 de diciembre de 1931).

“Paciencia, orden, calma, paz”, eran las consignas repetidas por el gobernador civil y diputados a las comisiones municipales y obreras que pedían soluciones urgentes. “Dentro de 15 días resolverá el Gobierno sobre reforma agraria”. Pasaron meses y el problema continuaba virgen. Sobre las esperanzas del campesinado cayeron los primeros hielos del invierno. Sin tierra, trabajo ni jornal, se sentían tan desamparados como en los peores tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera. Sin embargo, la lucha del pueblo agricultor consiguió victorias importantes.

 

Motín en Sartaguda

 

Lo acaecido en el coto del Duque del Infantado, es un ejemplo de caciquismo y de reacción popular. Tenía el señor de la Villa un administrador aragonés, de Aniñón (Zaragoza), llamado Ramiro Torrijos Laguna. Designado para el cargo tras una juventud azarosa, “el señorito” Ramiro actuaba como dueño absoluto y señor feudal de horca y cuchillo. Con los colonos era inmisericorde. Testigos directos, nada sospechosos de izquierdismo, refieren multitud de anécdotas terribles. Cuando algún vecino recién casado o padre de familia numerosa le rogaba: “Mire Ud., Don Ramiro, que necesito tierra pa trabajar”, el constestaba desabridamente: “¿tierra?, en el cementerio te daré”.

Como recordará el lector (Ver Revista Punto y Hora, nº 108), a instancias del Centro Republicano, el Ayuntamiento celebró sesión el día 21 de noviembre, pidiendo encarecidamente a Torrijos que solicitara urgentemente del Duque, la cesión de 600 robadas de regadío a renta, para que los más necesitados tuvieran “donde poder trabajar para comer pan”. El administrador prometió hacer la gestión personalmente. Pasaron los días. En diciembre, salió del pueblo. Regresó el día 20. Reunido el Ayuntamiento, éste vino a ser el jarro de agua helada que arrojó “el señorito”, sobre la expectación del vecindario: “Lo siento. Aunque he intentado durante varios días conseguir lo que ustedes pedían, el señor Duque me ha dicho que no dé un tormo de tierra”.

Cundió el descontento. El 21 por la mañana, se amotinó el vecindario en la plaza, delante de la casa del administrador. El gobernador Bandrés mandó concentrar a la Guardia Civil, requirió la intervención del Alcalde para obligar alos vecinos a deponer su actitud, y habló por teléfono con el Duque, a la sazón en Lazcano (Guipúzcoa). Al día siguiente, a las once, se reunían en el despacho del Gobierno Civil, bajo la presidencia de Bandrés, el señor del Infantado y de Sartaguda, su administrador Torrijos, el Alcalde, Hilario Ruiz Oteiza, y una comisión del Centro Republicano de la Villa. Diálogos y negociaciones duraron cuatro horas. Al final, el señor accedió en parte a las peticiones de los colonos. Cedió en arriendo 480 robadas de tierra, a razón de “8 robadas de regadío a cada una de las sesenta familias que carecen de tierra”. El Ayuntamiento avaló la operación. Los comisionados regresaron al pueblo, sometieron la fórmula a la aprobación del vecindario y fue aceptada, a pesar de que no era todo lo generosa que hubieran deseado.

Sucedió entonces que un grupo de vecinos se creyeron engañados por el administrador. El día de Navidad, descontento y protestas cuajaron en un nuevo motín frente al domicilio de Torrijos, a quien insultaron y amenazaron. Bandrés ordenó al Alcalde mantener el orden a toda costa, y la fuerza pública impidió que las iras populares cayeran sobre Don Ramiro. Abandonó el pueblo en taxi. Más tarde acabó fijando su residencia en El Redal (La Rioja), donde falleció un día de la Virgen del Pilar. Demasiado tarde para que Sartaguda quedara convertido en “el pueblo de las viudas”.

 

Éxito de los colonos

 

“En el despacho del Exmo. Señor gobernador civil de Navarra, situado en Pamplona, a dos de enero de 1932, y en presencia del señor gobernador civil interino de Navarra, Don Adolfo Huarte Mendicoa, y en unión del dimisionario, Don Ramón Bandrés, comparece de una parte, el Exmo. Sr. Duque del Infantado, acompañado de su administrador de Sartaguda, Don Ramiro Torrijos Laguna, y de otra parte, una representación de la Villa de Sartaguda, compuesta del señor Alcalde, Don Hilario Ruiz, concejal Don Nicolás Martínez, presidente del Círculo Republicano de la Villa, Don Fidel Moreno, secretario de dicho Círculo, Don Andrés Sesma, y vocal, Don Andrés García, en unión del secretario del Ayuntamiento, Don José Díez y, como consecuencia de las conversaciones habidas entre ambas partes, y en presencia de la mencionada autoridad, acuerdan”. Este es el protocolo del contrato. Siguen las cláusulas del convenio.

Por la primera, el Señor, cede, para repartir entre los vecinos más necesitados de la Villa, distintos terrenos en el Cumbrero, el Ramillo, Río Rudo, Cañamares, Bocal Chiquito, la Cerradilla, Olivar de las Hiedras, Rincón de los Bardales y Escalera Roya, por una renta anual de 4 robos de trigo por robada, o la que actualmente se abona. En las siguientes, el Ayuntamiento se compromete a distribuir la tierra, “empezando por los más necesitados, de acuerdo con lo señalado con fecha 23 de diciembre último”, dando preferencia a los vecinos que “se dediquen al cultivo de la tierra, que no llevan nada en renta y sus padres no tienen lo suficiente para darles”; a procurar ayuda para que el señor cobre las rentas, “desahuciando dicho Ayuntamiento, en unión del propietario, al arrendatario que no pagara la renta anual para el día 15 de agosto del año”. El impago de la renta conllevará la nulidad del contrato, que tendrá una validez de dos años, cualquiera que sea lo dictaminado por la Ley Agraria “a la cual las dos partes deberán someterse”, y que deberá ser aprobado por la Diputación.

Se palpan el espíritu y los modos del dominio señorial, no paliados por el gesto, arrancado, de conceder a los siervos más pobres unas migajas de tierra. En sesión de 22 de enero, la Corporación acordó “aprobar el reparto de tierras cedidas a renta por el Duque del Infantado a los vecinos de la Villa, necesitados”. El plazo del contrato finalizó pronto. Volvieron a britar las discrepancias, las reivindicaciones, las cacicadas, el descontento popular. Es otro capítulo culminado en sangriento epílogo