Los primeros compases de la Guerra Civil se llevaron por delante en Sartaguda (Navarra) a 84 vecinos, más de la mitad de la población masculina de entre 16 y 50 años. La memoria histórica nació allí mucho antes que en otros puntos de España.

Algunos, cuando pasan ante el Parque de la Memoria de Sartaguda (Navarra, 1.423 habitantes), cruzan de acera y bajan la mirada. Otros van cada día a pasear por los 6.000 metros cuadrados que ocupa el recinto para reencontrarse con los recuerdos acallados, con los familiares asesinados nada más comenzar la Guerra Civil.

Los que no bajan la mirada se afanan por mantener este lugar como homenaje a los 84 vecinos asesinados a finales de 1936, en su mayoría hombres, y a otros más de 3.300 navarros fusilados. Pero también se ha convertido en un recuerdo a las viudas, que desde 1979 no descansaron para saber la verdad. Hoy, los hijos, nietos y bisnietos de aquellos muertos siguen luchando por conseguir el dinero necesario para sufragar el coste de la construcción del parque –todavía deben 40.000 euros– y su conservación. Este año hasta se ha agotado la lotería –2.500 décimos (con un euro de donación)– a dos meses del sorteo. También desde la Asociación Pueblo de las Viudas, promotora de la creación del parque, junto con la Asociación de Familiares de Fusilados en Navarra en el 36, se ha pedido al Gobierno Foral que se haga cargo de los gastos de lo que consideran “un espacio de todos” y tienen abierta una cuenta para recabar aportaciones anónimas. En marzo de 2003, el Parlamento navarro aprobó, con la abstención de los diputados de Unión del Pueblo Navarro (UPN), una declaración que subrayaba que a pesar de que la sublevación triunfó en Navarra sin enfrentamiento, 3.440 personas fueron asesinadas “por ser consideradas afines a la República o simplemente por sus ideas”.

Ya no quedan testigos

 

Esta población de la Ribera navarra, cercana a Lodosa, es conocida todavía hoy como el Pueblo de las Viudas, porque en 1936 fueron asesinados 84 hombres, más de la mitad de los varones de entre 16 y 50 años. Detenidos días después del alzamiento, murieron por su vinculación a la izquierda o tras la delación de algún vecino envidioso.

La última viuda de Sartaguda, la que vivió el horror de los fusilamientos y las humillaciones, no está en sus cabales. Su testimonio no cuenta ya para reconstruir lo que fueron aquellos años. La última que todavía podía referir lo sucedido, Cándida Sola Martínez, murió centenaria hace dos años, el 9 de noviembre de 2007. Pero el espíritu de lucha de estas viudas, que sacaron adelante a la familia, sigue vivo en sus hijos, nietos y bisnietos.

Los huérfanos llevan décadas luchando por rescatar la historia de aquellos vencidos, por recomponer la verdad de las represiones a las que fueron sometidos. “A las mujeres, además de quitarles cuanto poseían, se las pelaba, les daban aceite de ricino [que actuaba como laxante] para hacerlas desfilar y ridiculizarlas mientras la mitad del pueblo se mofaba de ellas”, comenta María Luisa Sesma.

En noviembre del 36, a su padre, Elías, le dijeron en el Fuerte de San Cristóbal, donde estaba preso, que iba a salir en libertad. Preparó en una pequeña bolsa unas chucherías para su hija. Nunca llegaron. Pocas horas después salió, pero para ser fusilado.

Así recuerdan los hombres y mujeres que en aquella época eran niños –algunos, bebés– la historia que han ido recomponiendo minuciosamente a lo largo de sus vidas, sobre todo desde la llegada de la democracia. “Nuestras madres callaron por miedo y para que no creciésemos odiando –explica Julio Sesma–. Lo esencial se lo llevaron a la tumba. Así que yo he convivido con vecinos sin saber que fueron, si no los que mataron a mi padre, sí los que lo delataron. No tengo ansias de venganza, pero tampoco olvido”.

“Algunos, como mis hermanos, se casaron con mujeres de familias de derechas, de muy derechas –cuenta Paz Moreno–, y mi madre siempre dijo que ellas no tenían culpa ninguna. Pero eso sí, han oído muchas cosas, muchas injusticias, y además muchas veces”. Esos matrimonios cruzados fueron también una de las razones, además del miedo, por las que la historia se acalló. Eso y la vergüenza y el dolor, demasiado intensos para hablar cara a los hijos.

El día que murió su madre, Paz encontró entre sus cosas un paquetito enrollado y atado con un cordel. Pensó que eran facturas. No, eran las cartas que su padre escribió casi a diario durante los 114 días que estuvo preso hasta que fue fusilado, el 17 de noviembre de 1936. No hay rencor ni tristeza en las misivas, sólo hay cariño para su mujer y sus hijos, y ni una sola queja para no afligir más a los de casa. Sólo después de unos meses, Martín Justo Moreno –carpintero y vicepresidente de la UGT– incluye en los primeros párrafos una referencia a Dios. “Él, que no se había casado por la Iglesia y que no quiso bautizarme”, dice Paz.

Han pasado muchos años sin comprender el alcance de lo que pasó. Julio Sesma, sólo después de seis décadas, apreció el gesto de una maestra de parvulitos. “Cada mañana, un alumno desfilaba con la bandera cantando el ‘Cara al sol’. A mí nunca me llamó para desfilar con la bandera, y lo que yo creí una ofensa he comprendido que era para no hacerme pasar el mal trago porque sabía cómo murió mi padre”, recuerda.

De la familia de María Luisa Sesma murieron su padre, tres tíos paternos, dos maternos y dos primos. Su abuelo estuvo preso siete años en la cárcel provincial. “Yo de joven me sentí una apestada y no sabía por qué. Mi madre no contó nada, tenía miedo. Sólo cuando mi abuela perdió la cabeza empezó a hablar”, cuenta.

Para Delfín Martínez, su partida de nacimiento, que nunca fue inscrita de forma oficial, es el mejor refuerzo a sus ideas. “A los 51 años, cuando murió mi madre y necesité un documento, vi cómo había sido inscrito. Con una advertencia de «OJO», escrita en rojo y bien grande que suscribía un lacónico «el 5 de diciembre de 1936 debió de nacer un niño…». Nací rojo y rojo moriré”, dice. Su padre, jornalero, compró en subasta pública una barcaza para atravesar el río Ebro. El mismo vecino que lo denunció se quedó con la embarcación. Miserias de la guerra.

Estas y otras historias son las que no se cansa de repetir Faustina Moreno a su nieto. Ella perdió a su padre, Jesús Moreno Sádaba, que fue presidente del sindicato socialista. “Quiero que sepa que su bisabuelo no murió por hacer ningún mal”. Esa y otras referencias se repiten a cuantos se acercan al Parque de la Memoria, para que la maleza del olvido nunca borre el significado del lugar.

También el grupo navarro de rock Barricada le ha cantado al emblemático pueblo. En Sartaguda, sus componentes han encontrado inspiración para acabar su último disco-libro: “Nacido con un nudo en la garganta y el reconocimiento de mi propia ignorancia sobre este episodio”, afirma Enrique Villarreal, líder de Barricada.

Su interés, convertido en “obsesión”, según dicen sus compañeros de banda, comenzó al leer La voz dormida, de Dulce Chacón. A partir de ahí, más de tres años de lecturas y entrevistas con quienes vivieron aquella época. “Mi generación no sabe lo que pasó. En nuestros libros de historia no había ni un párrafo”, afirma Enrique Villarreal. Empezó a indagar a los 45 años y ahora quiere transmitir historias como las de Sartaguda, “símbolo de resistencia contra el olvido”, dice.